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sábado, agosto 20, 2005

¿Héroes en Sin City?

Vale, Sin City es ahora la película de moda y pacientemente aceptaremos la invasión publicitaria, el merchandising y los muñequitos. Toleraremos igualmente la oleada de repentinos expertos que en los suplementos dominicales glorifiquen a Frank Miller, y a los advenedizos que se enteran ahora de que -aparte de Superman y Mortadelo- hay otros tebeos. Aguantaremos esta moda –heroicamente, claro- como aguantamos la de los dinosaurios, la del señor ése de los anillos, o la de los niños magos.
Todo eso se acepta y hasta se da por supuesto, pero lo que no cuela es que nos vendan los cómics en los que se basa la película como la culminación de la historia del tebeo y a Miller como un Leonardo de dos tintas. Hay que aclarar que ni Sin City es lo mejor de Frank Miller ni Frank Miller es -hoy en día- lo mejor del cómic.
Sin ir más lejos, Sin City, el primer episodio de la serie, es un cómic flojo, un refrito de tópicos tan profundos como una piscina toy. Ya el blanco y negro de su concepción gráfica advierte de ello. Sin City ha renunciado al relieve. No hay matices ni segundas intenciones. Tipos duros muy duros, mujeres fatales muy fatales, malos muy malos, todos juntos en una ciudad amoral. Eso ya lo hacía Don Johnson en los ochenta –por poner un ejemplo- y nadie pensaba que fuera un artista –porque era simplemente un macarra vestido de Aldolfo Domínguez conduciendo un testarrossa. Paradojas de lo moderno, a Miller le palmean ahora en los festivales de cine gracias a la enésima revisión del mito macarra, cuando la suya es menos refinada que Corrupción en Miami.
Sus diálogos, que se pretenden rotundos y lapidarios, parecen escritos por el menos hábil de los guionistas de Chuck Norris. Muchas películas de Enrique y Ana tienen más sentido épico que ese tebeo. Quizás para arreglarlo, Miller intenta barnizar a su protagonista con la consabida estética del perdedor, pero ni eso le da interés a un personaje tan plano y previsible como Marv. De una forma no menos estrepitosa falla el romanticismo ramplón de la historia me-enamoré-de-una-prostituta-pero-ella-era-muy-especial, que produce el monótono aburrimiento de lo ya visto.
Imagino que en algún rincón entre las viñetas algunos avispados habrán encontrado una reflexión sobre la condición humana, una metáfora sobre la salvación u otros disparates semejantes. Por desgracia, nuestra falta de perspicacia nos impide percibir tales sutilezas y por ello no vemos en Sin City más que una historia en la que los lugares comunes del género negro se llevan hasta el extremo, exacerbando la violencia, la fealdad o la corrupción. Material idóneo, por otra parte, para un cineasta como Robert Rodriguez, habituado al efectismo y la autopromoción -pero ésa ya es otra cuestión.

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