sábado, mayo 13, 2006
Lucha de clases, clases de lucha
Primero cayó el muro de Berlín, luego se derrumbó la URSS y ahora Tita Cervera lucha mano a mano con los ecologistas. Los que sospechábamos que la lucha de clases ya no es el motor de la historia tenemos gracias a Gallardón nuevos motivos para fundar nuestras sospechas. El alcalde de Mardrid ha logrado superar la clásica dialéctica revolucionaria, uniendo en su contra a la aristocracia y al ecologismo militante. Gracias a esa astucia, hemos asistido a la insólita estampa de la la baronesa manifestándose con los ecologistas. En justa correspondencia, esperamos ver pronto a un ecologista dando recepciones en un palacio del barrio de Salamanca, mientras los mayordomos cercan a los invitados armados con bandejas de Ferrero Rocher.
Pero mientras se produce ese espectáculo improbable, hemos de conformarnos con el que el diputado Martínez Pujalte ofrece en las sesiones del Congreso. Pujalte es como esos japoneses que, atrapados en islas remotas, creen que todavía continúa la Segunda Guerra Mundial. Él no se ha enterado de que la lucha de clases ha terminado y por eso sigue luchando. Y de qué manera. Por sus modales no está claro todavía en que clase lucha, ni siquiera si tiene alguna. Energía, eso sí, la derrocha. De un hombre con ese bigote pueden esperarse todavía tardes gloriosas.
Y por si queda alguno como Pujalte, la actualidad nos aporta todos los días nuevas pruebas de que las clases ya no luchan, sino que se ayudan mutuamente. Veáse por ejemplo la feliz fraternidad en que viven políticos y constructores en tantas regiones de nuestro país. O la cordial armonía entre el PP y ERC en su compartido rechazo del Estatut. Los extremos se tocan, las clases se funden, el materialismo histórico es historia. Las masas no quieren participar en la revolución, sino en Gran Hermano.
Queda claro pues que la lucha de clases ya no es el motor de la historia. Habrá pues que buscar otro combustible que mueva ese viejo mecanismo. De ahí que haya subido tanto el precio de la gasolina: van a hacer falta muchos barriles para ponerla de nuevo en marcha.
Pero mientras se produce ese espectáculo improbable, hemos de conformarnos con el que el diputado Martínez Pujalte ofrece en las sesiones del Congreso. Pujalte es como esos japoneses que, atrapados en islas remotas, creen que todavía continúa la Segunda Guerra Mundial. Él no se ha enterado de que la lucha de clases ha terminado y por eso sigue luchando. Y de qué manera. Por sus modales no está claro todavía en que clase lucha, ni siquiera si tiene alguna. Energía, eso sí, la derrocha. De un hombre con ese bigote pueden esperarse todavía tardes gloriosas.
Y por si queda alguno como Pujalte, la actualidad nos aporta todos los días nuevas pruebas de que las clases ya no luchan, sino que se ayudan mutuamente. Veáse por ejemplo la feliz fraternidad en que viven políticos y constructores en tantas regiones de nuestro país. O la cordial armonía entre el PP y ERC en su compartido rechazo del Estatut. Los extremos se tocan, las clases se funden, el materialismo histórico es historia. Las masas no quieren participar en la revolución, sino en Gran Hermano.
Queda claro pues que la lucha de clases ya no es el motor de la historia. Habrá pues que buscar otro combustible que mueva ese viejo mecanismo. De ahí que haya subido tanto el precio de la gasolina: van a hacer falta muchos barriles para ponerla de nuevo en marcha.
